A lo largo de la historia, la moda, ha
marcado el tono de nuestra piel. Antiguamente, una piel blanquecina era símbolo de distinción. Las clases altas
se protegían con infinidad de utensilios para mantenerse pálidas. Tan solo los
trabajadores lucían un tono oscuro debido a las jornadas exhaustivas en los
campos. La palidez, la transparencia de las damas, de los cortesanos, de las
clases nobles, traslucían las venas que azuleaban a su paso, de ahí el origen
de la expresión “sangre azul”.
La ciencia descubrió con el tiempo los
beneficios de nuestro astro y los médicos recetaban baños de sol para
tratamiento de algunas enfermedades. La debilidad se adjudicaba a la falta de
luz, y se trataban anemias, depresión o fortalecimiento óseo a golpe de exposición
a los rayos. Aun así, la piel oscura seguía siendo solo para enfermos y clases
bajas, se seguía admirando las pieles blancas. En los años
veinte, mujeres emblemáticas en el mundo de la moda, como Coco Chanel,
pusieron de moda el atractivo dorado que ansiamos todas nosotras en cuanto
asoma el verano. El concepto cambio. La piel dorada resultaba más atractiva. Un
escote, una falda, una tez que delineaba rasgos de forma aun más marcada. Todas
querían parecerse a estas musas del glamour. En 1927 se creó la primera loción
autobronceadora.
La alarma salto cuando nuestro capital
solar, número de horas que una persona puede exponer su piel al sol durante
toda su vida, se consumía y comenzaron a proliferar los problemas cutáneos.
Desde entonces la dermocosmética ha avanzado enormemente proporcionándonos la
protección necesaria que nos permite adquirir el color deseado minimizando los
riesgos perjudiciales del sol.
La luz natural aumenta la producción de vitamina D en nuestro cuerpo. Nuestro organismo se defiende de los rayos solares aumentando la producción de melanina, un pigmento que se encuentra en las células de la epidermis. Recordemos que oscurecemos como protección. El moreno se evapora a medida que estas células ascienden y se desprenden. En poco tiempo perdemos ese bonito tono que tanto nos ha costado. La piel se vuelve seca y tirante.
La luz natural aumenta la producción de vitamina D en nuestro cuerpo. Nuestro organismo se defiende de los rayos solares aumentando la producción de melanina, un pigmento que se encuentra en las células de la epidermis. Recordemos que oscurecemos como protección. El moreno se evapora a medida que estas células ascienden y se desprenden. En poco tiempo perdemos ese bonito tono que tanto nos ha costado. La piel se vuelve seca y tirante.
Existen diferentes tipos de rayos solares
que atraviesan la capa de ozono. Los rayos UVA llegan a la dermis e
hipodermis y son los causantes de las quemaduras. Los UVB sólo alcanzan hasta la
epidermis y son los responsables del bronceado. Estos últimos además sus
efectos son acumulativos y los responsables del melanoma y otros tipo de cáncer
de piel. Por último están la Luz Visible y el Infrarojo que penetran hasta el tejido subcutáneo.
Pequeñas normas o costumbres pueden salvarnos la
piel, literalmente. Protejamos las pieles sensibles, la de los niños y personas de poca pigmentación. Un
bebe no necesita tomar el sol. Una buena sombrilla, una vestimenta adecuada y
un buen fotoprotector, en nuestras tareas al aire libre, deberían ser
suficientes. Al fin y al cabo la piel la llevaremos encima toda la vida, así
que empecemos por el principio.
Tendemos a pensar que estar más tiempo, o en las horas centrales, cuando hace más calor, cogeremos color antes. Un gran error. En realidad estamos quemando nuestro capital solar. La exposición no debe ser muy larga, ni traumática. Aquello de “me estoy pelando”, debe pasar a la historia, ni es hermoso, ni es sano. Y tiene terribles consecuencias.
Es importante incluir el uso de fotoprotectores en nuestra rutina diaria de belleza, incluso en invierno, ya que los UV traspasan ropa, ventanas, atraviesan nubes y son reflejados por la arena, agua, nieve...
La importancia de un buen uso del fotoprotector, es equivalente a la calidad del producto. Para que el funcionamiento sea correcto debemos seguir ciertas pautas de conducta. Aplicaremos el fotoprotector media hora antes de la exposición al sol y lo seguiremos aplicando de forma periódica. Un producto antiguo o caducado pierde los valores fundamentales, no protege. Ese bote que cargamos en la bolsa de la playa hay que desecharlo cuando termina la temporada. Así, además, el año siguiente podemos cambiar el producto adecuando a las nuevas necesidades que puedan surgir en el momento.
Tendemos a pensar que estar más tiempo, o en las horas centrales, cuando hace más calor, cogeremos color antes. Un gran error. En realidad estamos quemando nuestro capital solar. La exposición no debe ser muy larga, ni traumática. Aquello de “me estoy pelando”, debe pasar a la historia, ni es hermoso, ni es sano. Y tiene terribles consecuencias.
Es importante incluir el uso de fotoprotectores en nuestra rutina diaria de belleza, incluso en invierno, ya que los UV traspasan ropa, ventanas, atraviesan nubes y son reflejados por la arena, agua, nieve...
La importancia de un buen uso del fotoprotector, es equivalente a la calidad del producto. Para que el funcionamiento sea correcto debemos seguir ciertas pautas de conducta. Aplicaremos el fotoprotector media hora antes de la exposición al sol y lo seguiremos aplicando de forma periódica. Un producto antiguo o caducado pierde los valores fundamentales, no protege. Ese bote que cargamos en la bolsa de la playa hay que desecharlo cuando termina la temporada. Así, además, el año siguiente podemos cambiar el producto adecuando a las nuevas necesidades que puedan surgir en el momento.
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